“Los niños, los regímenes de visitas y la crisis del COVID-19”, por nuestra socia fundadora, Mila Cahue, doctora en Psicología Clínica

“LOS NIÑOS, LOS REGÍMENES DE VISITAS

Y LA CRISIS DEL COVID-19”

 

                                                                                                                         Mila Cahue

                                                                                              Doctora en Psicología Clínica

                                                         Socia fundadora de la Plataforma Familia y Derecho

 

El confinamiento por la pandemia del COVID-19 supone una situación histórica sin precedentes, para la que todos los profesionales desde los distintos ámbitos de intervención han de estar proponiendo soluciones urgentes en especial para las situaciones más delicadas. La cuestión de los regímenes de visitas de los hijos y las estancias con los distintos progenitores es una de ellas, no ya desde el ámbito legal, que lógicamente ha de asumirse por todas las partes implicadas, sino también desde ámbitos como el que nos ocupa en este post, de la psicología.

Si bien en principio los consejos apuntaban a mantener los regímenes de visitas previos al confinamiento, la gravedad de la situación obliga a apelar, por un lado, al sentido común y, por otro, a observar siempre el mayor beneficio para el menor.

Cada situación familiar supone unas condiciones particulares y diferentes, que han de ser tenidas en cuenta a la hora de pautar las estancias de los menores con ambos progenitores y sus familias. Sin embargo, ante un estado de alarma como el actual, sin duda la recomendación es que los menores permanezcan en el entorno que presente menos riesgos para su integridad, tanto física, como emocional, y donde se puedan garantizar sus necesidades de nutrición, educación y cobijo. Habrá que tener en cuenta, por un lado, que la adaptación a las nuevas condiciones educativas ya es suficientemente compleja para los propios niños y el progenitor a su cargo, como para duplicar dicha complejidad. También es cierto que esta situación puede suponer una sobrecarga para el progenitor a cargo de los niños, y que, en algún momento y según lo aconsejen las circunstancias, pueda compartir dicha responsabilidad que reequilibre el bienestar emocional de todos los miembros de la familia. No obstante, de conseguirse alcanzar una rutina equilibrada con los niños, es más aconsejable que estos permanezcan donde se encuentran, con la probabilidad de contagio controlada. Habrán de facilitarse los contactos con el progenitor ausente a través de los medios disponibles en la actualidad, bien sea telefónicamente, por videollamadas o mensajes. Una vez se supere el estado de confinamiento, habrá de intentarse compensar paulatinamente el tiempo con el otro progenitor. De no llegar a acuerdo sobre el mismo, es aconsejable solicitar ayuda por parte de los expertos en mediación familiar, o por los propios abogados conocedores de la casuística familiar.

Es por ello por lo que esta situación in extremis pone de manifiesto, más que nunca, la necesidad de que exista una jurisdicción en la que tanto juzgados como jueces sean especialistas en el ámbito de familia, para que todas las disciplinas puedan ir de la mano a la hora de procurar el objetivo final de la ley, que es la protección del menor. Y ésta pasa por comprender las particularidades de los primeros protectores de esos niños: sus familias, su contexto próximo, y las condiciones en las que la ley ha de asegurarse de estar dando las pautas en las que toda la unidad, con sus características específicas, pueda desenvolverse en las mejores condiciones posibles.

Hoy en día tenemos la oportunidad de poner de manifiesto nuestra capacidad para aprender de las situaciones complejas, y este consejo va más dirigido a padres que a niños. Aprender a negociar, a tolerar, a comprender, a facilitarse la vida recíprocamente, a sentir que la familia, aunque separada, es el grupo de referencia de apoyo para los hijos y, sobre todo, a no hacer aún más difíciles situaciones que ya, de por sí, son suficientemente complejas como para causar aún más dolor innecesario.

Estamos en un estado de excepción que exige de nosotros que seamos también excepcionales, pero para bien. Nuestros hijos, lo agradecerán. La familia, en su término más amplio posible, también. Hay que ser capaces de crear un contexto del que, cuando todo esto acabe, todos puedan sentirse orgullosos de cómo se superó y de cómo ese esfuerzo común sirvió para convertirse en personas, grandes y pequeñas, más fuertes, más sabias y mejores.

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